sábado, 13 de junio de 2009

Este penoso desierto pletórico de batallas

Doloroso hallazgo de la realidad universal, total: los infiernos interiores y las incertidumbres globales; los trances ultramarinos y los paraísos individuales; los edenes artificiales y además efímeros, mucho más fugaces que la vida misma.


Exquisito recuerdo que encandila, que seduce, que embelesa. Vívida evocación que inflama las nostalgias de aquellos que fueron coterráneos de aquel suelo que fue, de aquella brevedad horizontal que se ha perdido entre las nieblas de la incredulidad y el desbordamiento del concreto. Descriptiva remembranza que dispara la excedida imaginación de aquellos que añoran lo que no fue propio pero perteneció a los suyos: la inocencia, el asombro, la virginidad.


Nadie nace virgen ya en esta ciudad vejada, ciudad que pare hijos adultos y desencantados. Pero hubo un día, y vaya que lo hubo, en que la sorpresa eran los frigoríficos que no necesitaban cargarse con una barra de hielo con monótono rigor, tiempos en que los neologismos invadían las charlas de mesa y sobremesa por decenas, insertándose sin resistencias en el impoluto y receptivo inconsciente colectivo. Y aquel mismo día llegó a pensarse que aquello era un horror. Como se pensó antes y como se pensó después: un sollozo más en el ciclo eterno de lamentos.


Y hubo, como siempre la hay, una primera vez.


El enamoramiento inédito lacerando nuestras almas, volviéndonos mayores al instante y conscientes también de la amargura de la incertidumbre. La fascinación erizando nuestros púberes espíritus y la necedad como único recurso. El sonambulismo, la errancia, el permanecer sin apenas vivir.


Encantados de las sílabas de tu nombre vibrando en el ombligo de nuestro paladar antes de hacerte material sobre el islote agreste de nuestro desproporcionado sueño.


Mariana. Mujer ideal, plena de virtudes y de primicias, fuente de júbilo y bienestar. ¡Qué perfección estar junto a ti, Mariana mujer!, ¡Qué envidia haberse amamantado de ti, Mariana madre!, ¡Qué sueño beber de ti, Mariana amante!


Mariana Ciudad que nos embrujas, Mariana Ciudad que nos seduces e hipnotizas y a quien entregamos nuestras primeras autocomplacencias, nuestros primeros fluidos aún a sabiendas que nunca habrás de ser nuestra, pues le perteneces a los poderosos que se hablan de tú con el supremo. Perteneces a aquel que te abofetea, que lacera tu integridad ahorcándote y volviéndote obesa de absurdos conjuntos habitacionales, añorante para siempre de la brevedad de tu cintura. Mariana Ciudad que el día en que te confesamos nuestro amor nos otorgas el beso de tu excelsitud, para enseguida apartarnos de tu lado. Estar allí, junto a ti, contigo y dentro de ti y ser menos que ajeno. Mariana Ciudad madre desnaturalizada que nos pariste huérfanos, que nos pariste malditos.


Mariana Ciudad madre deseo. Mariana Ciudad incesto. Mariana Ciudad condena eterna.


Arrojados al desierto hirviente de tu apocalíptica cotidianeidad, vivimos enamorados de ti, malditos de ti, en esta batalla eterna y desquiciada, en este fratricidio enloquecido y delirante de absurdas batallas contra todos y aún contra nosotros mismos.