domingo, 24 de julio de 2011

Chiapas. Infinitur.

Esta entrada es contrastante en extremo con la anterior. Y lo es por la razón evidente -para quienes me conocen un poco- de que lo que previamente compartía ha sido escrito por ese alter ego que muchos declaran muerto y que es raro que llegue a asomarse en los últimos tiempos. Quizá por eso le permito que siga escribiendo.

Hechas las aclaraciones pertinentes les hago saber que lo siguiente lo escribo yo: Ricardo.

Viaje a Chiapas. El viaje de los viajes.

El asombro continuo. El brindis excesivo y descarado como religión común. La hermandad incongruente y promiscua entre ñeros muy ñeros y chicas fresas nada fresas. La liberación, el reencuentro, el aprendizaje. El fin de un ciclo y la inyección anímica para el siguiente. La alteración irrespetuosa y fatal del reloj biológico, la celebración de la irreverencia. La promesa de no perder la pista.

Chiapas fue hasta apenas ayer nuestro presente común: hoy es nostalgia compartida para siempre.

La vida es cíclica. Y sin embargo no será solamente un giro la vía por la que lleguen las respuestas; a veces hay que sortear varios puentes, regresar por un trayecto que ya ha sido recorrido, detenerse a lanzarse desde lo alto animado por la complicidad y el deseo de emancipación tanto tiempo reprimido. A veces hay que confiar en el extraño que sujeta nuestra mano o dejar que cure esas heridas dolorosas que no esperábamos surgieran tan repentinas. Otras veces habrá que aprender a remar en absoluta sincronía y esforzarse por ir siempre juntos o atenerse a volver por los que se quedaron.

Una vez más el viaje. Ese que comienza con el escarceo temeroso y acaba con el abrazo emotivo, ese que empieza con el desconocimiento total y finaliza entonando desde muy dentro las notas musicales compartidas. Ese que evidencia en un principio las enormes diferencias y termina acuñando en letras doradas las frases que se vuelven guiño entre el núcleo de hermanos temporales: las más estúpidas, las más grotescas, las mas irrespetuosas: joyas orales que todos y cada uno recordaremos con esa absurda nostalgia que en otro contexto no existiría. Otra vez el ansia de volverse a ver mientras aún nos estamos sintiendo, mientras alargamos el último momento encimándonos incómodos. Los rostros que se escapan a gran velocidad y cuyos rasgos quisieran ser retenidos a perpetuidad. Esas particulares voces que hasta los senos poseen, y que se irán diluyendo poco a poco en el mar furioso de recuerdos a menos que nos neguemos firmemente a desaparecer de la evocación del otro.

Queda para siempre la furia desmedida al enfrentar el obstáculo, el abrazo fraterno con o sin cariño evidente en su extensión; el tratar de llegar al fondo del asunto animados a veces por una entonación inédita y alterada por los ácidos. Queda la alegría de una joven y sonriente chichi rebasada claramente en dimensiones por unos apéndices obscenos y sexosos a punto de caer en desgracia. Para siempre también el recuerdo del eterno romance de unos cerdos literales corriendo el uno hacia el otro a darse beso de piquito.

Permanece también el evidente convencimiento de que el perro fiel es más agraciado que algunos en cuanto a dimensiones fálicas, el anhelado choque de pelucas que ojalá clandestinamente se haya materializado para regocijo del Altísimo, pues estas nenas aseguran que se pegan unos guapos ¡qué te mueres! y tienen nalgas de sobra para cualquiera que se quiera cobrar de allí la cena común: paradigma de fraternidad total.

Y por encima de todo lo anterior, la poética imagen de una vorágine espumosa de espermatozoides divinos que hierven amorosos allá en el alfa del cronos, por obra del Señor infinito que tuvo la bendita ocurrencia de originarnos a todos en una fornicación ansiosa con la vida. Todos nosotros juntos y apretados en un espacio antes del tiempo, en ese vaso de unicel donde se gesta escandalosamente la creación, para volvernos a encontrar materializados en esta dimensión y en esto que ahora somos, con nuestros sueños a cuestas y nuestras fobias modestas, con nuestras ansias inherentes y nuestras historias densas, con tanto por asimilar y algo para ofrecer, en ese rinconcito de cielo que es el Estado de Chiapas.

En fin, esto ha sido la horchata máxima, y en total agradecimiento me voy a desnudar, pues de cualquier forma, yo no sé, pero me dejo.

Porque todo principio comienza por un principio y todo final irremediablemente llega a su final. Y es que debo mencionarlo: ¡De verdad no sé como pasó! Y si no me acuerdo, es que no pasó.

¡Salud por el amor que es lo único encañable!

Un abrazo a todos. Con camarón.


Con cariño para Lelo, Perri, Mosco, Alexia, Rebeca, Aura, Marco, Victor, Creación, Brenda, Chaparro, Karelia, Parientito y Lau. (Y Melina, Susy, Mariana y Brendiux que también estuvieron por allí)