Doloroso hallazgo de la realidad universal, total: los infiernos interiores y las incertidumbres globales; los trances ultramarinos y los paraísos individuales; los edenes artificiales y además efímeros, mucho más fugaces que la vida misma.
Mariana. Mujer ideal, plena de virtudes y de primicias, fuente de júbilo y bienestar. ¡Qué perfección estar junto a ti, Mariana mujer!, ¡Qué envidia haberse amamantado de ti, Mariana madre!, ¡Qué sueño beber de ti, Mariana amante!
Mariana Ciudad que nos embrujas, Mariana Ciudad que nos seduces e hipnotizas y a quien entregamos nuestras primeras autocomplacencias, nuestros primeros fluidos aún a sabiendas que nunca habrás de ser nuestra, pues le perteneces a los poderosos que se hablan de tú con el supremo. Perteneces a aquel que te abofetea, que lacera tu integridad ahorcándote y volviéndote obesa de absurdos conjuntos habitacionales, añorante para siempre de la brevedad de tu cintura. Mariana Ciudad que el día en que te confesamos nuestro amor nos otorgas el beso de tu excelsitud, para enseguida apartarnos de tu lado. Estar allí, junto a ti, contigo y dentro de ti y ser menos que ajeno. Mariana Ciudad madre desnaturalizada que nos pariste huérfanos, que nos pariste malditos.
Mariana Ciudad madre deseo. Mariana Ciudad incesto. Mariana Ciudad condena eterna.
Arrojados al desierto hirviente de tu apocalíptica cotidianeidad, vivimos enamorados de ti, malditos de ti, en esta batalla eterna y desquiciada, en este fratricidio enloquecido y delirante de absurdas batallas contra todos y aún contra nosotros mismos.